En la voz de Francisco Barreto

Llegaba y, detrás de toda la pobreza en la que vivían, veía la cancha de fútbol podada, arreglada, limpia, pintada y con sistema de drenaje. Y la vereda, inundada; con la basura acumulándose debajo de las casas. Entonces me di cuenta de que el fútbol tenía algo especial, algo que debía considerar.

Trabajaba con Médicos sin Fronteras y vivía en Tumaco y en Barbacoas. Hace unos tres o cuatro años pensé que, a través del fútbol, podía construir espacios protectores para las comunidades rodeadas por el conflicto armado. En 2019 entramos a una vereda en donde estaba sucediendo algo muy particular: dos grupos armados ilegales estaban negociando algún acuerdo; estaban los comandantes sentados en el medio de la cancha de fútbol. A los costados, los soldados armados, como dos equipos esperando el pitazo inicial. Y los niños y niñas, que no entendían o no les importaba lo que allí pasaba, porque el conflicto armado es su normalidad, jugaban fútbol alrededor. 

Entonces decidí fundar mi propia organización, PAZame el balón. El fútbol atrae a las comunidades y propicia la protección humanitaria. Las primeras actividades fueron ludicodeportivas. Torneos de microfútbol en barrios de la cabecera municipal de Tumaco. Luego el primer torneo en zona rural de Alto Mira y Frontera. A través de un Crowdfunding recaudé doce millones de pesos y realizamos los torneos, adecuamos canchas de microfútbol, pusimos mallas, pinturas, gradas y todo acompañado de actividades lúdicas con los niños y niñas. Convertimos la actividad en un espacio protector.

Luego, fui puliendo las actividades. Agregué el componente psicosocial. Importantísimo para comunidades que jamás tendrían acceso a este tipo de atención, pues deberían ir hasta Pasto, la capital del departamento, un viaje para el que no tienen los recursos suficientes. La salud mental en medio de escuchar tiros, ver gente armada y vivir con el conflicto es importante. Además, capacitamos a líderes y capitanes de los equipos en primeros auxilios psicológicos.

La vida en estas comunidades es muy compleja. Vivir en Barbacoas me reventó la cabeza. Estuve dos años sin agua potable, sin ventilación, con electricidad restringida, en medio del conflicto, con control social por parte de los grupos armados, sin poder salir a la calle después de las nueve de la noche. El río Telembí pasa por el lado, pero el agua contaminada por el mercurio de la minería río arriba ha llevado a la comunidad a comer ratas en lugar de peces. Pasan vendiéndolas en pinchos a veinte mil o treinta mil pesos. Debí tomar una foto porque a veces la gente no me cree. Dicen que lo más lindo de Barbacoas es cuando uno va saliendo.

Y esa historia nos trajo hasta el torneo que ahora organizamos y que cuenta con el apoyo de AMA y que contempla a seis comunidades confinadas. El fútbol para romper el confinamiento. Hay enfrentamientos en este momento, pero es ahora cuando es importante conseguir los permisos y entrar. Llenar el tiempo libre de niños, niñas y adolescentes, pero además permitirles soñar con sacar a su familia adelante: el Pacífico colombiano a sacado los mejores futbolistas del país.

Una vez, en Brisas de Hamburgo, una comunidad que se ha tenido que desplazar varias veces, estábamos haciendo un torneo. Llegaban los jóvenes del grupo armado ilegal, con su camuflado y su fusil, a ver los partidos. Tuve que decirles que ese era un espacio libre de armas, pero luego pensé, estos son los jóvenes a los que yo dirijo mis actividades. Entonces logré hablar con su comandante para que les diera el permiso de jugar y terminaron montando un equipo: sin armas y sin camuflado.

Estoy convencido de que el futbol, como parte de un conjunto de actividades, puede ayudar a la prevención del reclutamiento forzado. Sueño con que PAZame el balón, en un futuro, cuente con un gran espacio protector en medio del conflicto y que, a través de alianzas con universidades y escuelas de fútbol, sean un puente para sacar a los niños, niñas y adolescentes del conflicto en el que están acostumbrados a vivir.

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